Son frecuentes en Armand las referencias al mundo griego o romano, al arte precolombino o al
Renacimiento. No de forma didáctica ni puramente teórica sino como materia. Es la cultura y no la historia lo que más le interesa. Son los puentes: entre el azul perdido de Polignoto y el exaltado azul del modernismo hispanoamericano; entre un trágico cojo griego y un romántico cojo inglés. La imagen es el hilo en este laberinto.
Otras formas permiten otras transformaciones. Para ser otros como en el teatro o para ser nadie como Odiseo; para transmutarse
en oro como los chamanes americanos o en mosca de urinario como en Rimbaud. Porque aquí no hay solo transformaciones enaltecedoras o fantásticas. También hay deformaciones, regresiones, infamias.
La pasión de Armand por los fundadores de la
poesía norteamericana moderna apunta a un apetito de presencia. No tanto borrarse,
aunque le sea profundamente familiar y sin duda revelador en los casos en
que la identidad pesa como un imperio o una losa. Digamos Prosas profanas. Cuando el presente
es un borrón o un exilio, conviene no disfrazarse de espejo. El presente es el tiempo de la presencia, y Armand es -ha querido ser- un mensajero de su luminosidad y también de su insuficiencia. Es un viaje a un tiempo que
es otros tiempos y ninguno. Escribir es descubrir. Digamos Hojas de hierba.
A la conciencia como ídolo del filósofo, el poeta responde con la transmutación a través del lenguaje. Esa transmutación pasa por un
reconocimiento: la identidad -y esto es todavía más lacerante cuando se trata de identidades colectivas o ideológicas- es un simulacro. Máscaras o fantasmas: palabras, disfraces, escondites. Armand: no son necesarias leyendas. Ni ídolos. Mejor nacer, así tenga que parirse uno mismo y a deshoras.
Yo soy François, aunque me pese/ Nacido en París, cerca de Pontoise,/ Y de la cuerda de una toesa/ sabrá mi cuello lo que mi culo pesa. Villon no es un idólatra de la
conciencia, en parte porque no es un idólatra de nada, ni siquiera de sí mismo, pero su clase de anatomía rimada es sin duda una forma de conciencia. Una conciencia
del secreto (¡la soga en la casa del ahorcado!) que revela quizá un
secreto de la conciencia. También de la idolatría. Y es que el poeta produce (como cualquiera) fantasmas. Los manda a veces al infierno, que es donde a menudo él ya está.
¿En
qué consistiría ese secreto poético? En un ensayo de Horizontes
de juguete, Armand apuntó una clave: "Los orfebres que hicieron el
zoológico de Moctezuma Xocoyotzin eran chamanes. Podían transformar
la materia porque ellos mismos eran capaces de transformarse".
Poesía es fermento, transfiguración.
Poesía es fermento, transfiguración.