jueves, 9 de febrero de 2017

Genealogía del monstruo

Algunas de las páginas más fascinantes de El aliento del dragón tratan sobre la genealogía del monstruo. Entre los griegos, era monstruoso lo que fuese ajeno a la geometría, a la idea. Para el cristiano, lo que fuese contrario al Evangelio, a la fe. Los griegos creían en la metamorfosis y los cristianos en la salvación.

En los mapas medievales había monstruos y demonios. Poblaban los mares desconocidos y aun algunos conocidos. La principal fuente de esta cartografía fantástica -dice Armand -fue Gaius Julius Solinus, "gramático romano del siglo III". Solino, sigue Armand, "añadió geografía al bestiario: ubicó al monstruo en ese laberinto zoológico que era el planeta. Soltó al Minotauro, lo multiplicó, lo disfrazó de espejo". Lo sobrenatural estaba a la vuelta del timón, de los mapas, de la historia y aun de la gramática.

América, incluso antes de serlo, era una región soñada (entre otros) por Solino. Colón, al llegar a Ornofay (posterior Camagüey), se sorprende de no encontrar hombres "monstrudos". Los nativos le dicen, sin embargo, que los hombres de Avan (que sería La Habana) tienen cola. Nadie quiso comprobarlo.

Para Bartolomé de Las Casas, por una piadosa inversión de términos, los monstruos serían muy pronto los conquistadores. Los indígenas -taínos, lucayos, caribes- eran más bien como los animales del Nuevo Testamento. En palabras del encomendero dominico: "Sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas que hay en el mundo". Todo lo contrario, ay, a las aniquiladoras tripulaciones españolas. América era el Génesis y el Infierno.

A partir del siglo XVI, los mapas se fueron quedando sin monstruos. Al menos, no sancionados por la teología. La sombra de Solino migró discretamente a la filosofía, a la literatura, a la política, a los mapas interiores.