miércoles, 8 de febrero de 2017

América fantasma

Releo El aliento del dragón, de Octavio Armand. Es, me fijo bien, un libro sobre el vacío. Horror vacui americano, etc. Armand es un exiliado, alguien que es donde no está. Un escritor que ha hecho suyo ese vacío, que se ha exiliado hasta de sí mismo. Pero El aliento del dragón trata también de las mil y una estratagemas para borrar cualquier incómoda singularidad en el paisaje. Es una historia americana del tajo.  

América ha estado llena de fantasmas: europeos y europeizantes; indígenas e indigenistas; negros y negristas; imperiales, independentistas, positivistas, nacionalistas, aristocráticos, revolucionarios. Identidades postizas, ferozmente parciales, parasitarias. Al principio fue el simulacro.

En Europa, por aquellas fechas, los anatomistas también eran exploradores. No sin fasto: había teatros de anatomía donde se escenificaron algunos hallazgos fundamentales. Armand los cuenta con lujo de detalles: sale uno con la tarea hecha o al menos pergeñada. Servet y Realdo Colombo (un como Almirante más sanguíneo que consanguíneo) descubrieron la circulación pulmonar, William Harvey el ciclo completo de la circulación de la sangre. Los astros también habían comenzado a girar. Los observadores más perspicaces fueron a dar al Index o a la hoguera.

Pero los primeros españoles que llegaron a tierras americanas no eran exactamente renacentistas: Colón creyó ver señales del paraíso en el Golfo de Paria, Las Casas denunció el infierno en las Indias. La tierra seguía siendo redonda, el hombre era el centro (a veces monstruoso) de la creación, Dios era la fuente del sentido.  

No sin algunas dudas. Colón pensaba que la tierra era "una pelota muy redonda, y en lugar d'ella era fuesse como una teta de muger allí puesta". ¿No fundó a su vez la literatura erótica americana? 

Los conquistadores españoles (como todo el mundo, antes y después) viajaban con sus dogmas, demonios y fantasías. En América no hicieron sino invocarlos, recrearlos, imponerlos. América era un espejo inmóvil, es decir inexacto. De ese espejo (de esa ilusión de identidad) no ha sido fácil librarse. ¿Es siquiera posible, sin invocar otros fantasmas? Jódanse los espejos.