jueves, 19 de enero de 2017

Tres cantos para Vertov

Dziga Vertov dirigió Tres cantos para Lenin (1934) diez años después de la muerte del líder soviético. Teórico del cine-verdad, autor de esa joya irrefutable que es El hombre de la cámara (1929), gurú póstumo del ya maoísta Godard, participó así de un culto que era a la vez propaganda y oficio de difuntos. 

No era exactamente una ilustración irreprochable de su poética cinematográfica. La atención a los hechos -el enigma a descifrar- está allí rigurosamente condicionada a los dictados revolucionarios. La revolución, por otro lado, era Lenin; y Lenin era como un simulacro de Stalin. “Lenin es como mi padre. No, ¡más que eso!", dice una mujer en la película. ¿Más que eso? Las "montañas de hechos" con que soñara Vertov en sus manifiestos se convertían así en montañas de consignas.
A la vez, Tres cantos para Lenin es un extraordinario documento antropológico y político. La revolución rusa era un espectáculo religioso. No solo la religión del hombre nuevo y la máquina, cuyas sublimes virtudes cantaban por esas mismas fechas los futuristas italianos, sino la del poder. Si Lenin -según dice otra mujer en el documental- había traído una luz redentora contra el oscurantismo zarista, esa luz lo iluminaba sobre todo a sí mismo.   
La revolución rusa era faraónica, bizantina, descaradamente nacionalista. Para Vertov -como para su rival Eisenstein- había sido una fuente primera de exaltación. Su ficción, digamos, preferida, quizá la única. Lenin era el protagonista esencial.
Ideología como incienso y formol: en la película Lenin aparece primero como cadáver y luego como momia. En algunos momentos, Lenin, sí, habla (durante la filmación del documental, Vertov y su esposa Elizabeta Svilova consiguieron archivos con la voz del líder comunista arengando a las masas). ¿No era como una resurrección? 
Como sea, la tumba del mesiánico bolchevique se había vuelto un tótem del ya no tan nuevo régimen. Una tumba, sí, sagrada: un mausoleo. Pero la Unión Soviética tenía tumbas más profanas. 
El funeral de Lenin duró tres días y una muchedumbre lo despidió. Algunos líderes del partido comunista (Kamenev, Bujarin, Tomsky, Rykov, Stalin, Zinoviev, Rudzutak) cargaron su urna. De ellos, solo uno sobrevivió -pues fue su cabecilla- a la Gran Purga.

En 1937, Vertov escribió en su diario, acercándose a algo así como un autoexamen no solo estético sino moral: "¿Es posible que yo también esté representando un papel? ¿El papel del buscador de la verdad cinematográfica? ¿Busco realmente la verdad? ¿Quizá esta es también una máscara, de la que yo mismo no me doy cuenta?". 

Lo cita Susan Howe en su Sorting facts: or, Nineteen Ways of Looking at Marker, fascinante y sutil meditación sobre la poesía de los hechos que lo es también de la memoria. 

La poesía -dice allí Howe- nace de la incertidumbre.