Tomo nota de una biografía de Juan Vicente Gómez, la de Simón Alberto Consalvi. Hay muchas buenas anécdotas. En una, una escritora inglesa llamada Rosita
Forbes -también amiga de Hitler y Mussolini- lo encuentra para
hablar de caballos. En otra, Carlos Gardel le canta al Benemérito,
esa especie de señor feudal con petróleo y gabinete positivista.
Lo
más llamativo para mí es ese gabinete. Buena parte de los
intelectuales venezolanos de entonces se plegó a Gómez. Caracciolo
Parra Pérez, César Zumeta, Vallenilla Lanz, Manuel Díaz Rodríguez. La
mayoría, diplomáticos o Ministros Plenipotenciarios del régimen.
En Londres, París, Roma o Madrid, escribieron libros sobre la independencia hispanoamericana, estudios sobre las celebridades patrióticas venezolanas, ensayos en defensa del caudillo providencial y hasta
novelas modernistas. Se han debido sentir grandes estadistas,
virtuosos, cultos, cosmopolitas y sensibles. Es posible que lo
fueran, pero ¿quién sino el General podía refutarlos?
Un
editorial del periódico oficialista El Nuevo Diario, de 1919,
proclamó el apoyo de muchos intelectuales a Gómez: "No
hay un solo nombre ilustre en las ciencias y en las letras que no
haya figurado en algún ramo de la Administración pública".
No
era del todo cierto, claro. Por ahí andaban Blanco Fombona, Antonio
Paredes, Pocaterra. Una década después, los estudiantes
Betancourt y Otero Silva. Consalvi no dice casi nada sobre la tensión
entre esos grupos, personas, ideas. ¿Cuál era el mundo cultural, social o ideológico
de los cheerleaders gomecistas y de sus adversarios? Casi todo en el libro de Consalvi se reduce a figuración cronológica, casi una relación de efemérides. Pero la
complicidad de la clase intelectual venezolana con Gómez no parece
haber sido insignificante.
En
algo Venezuela ha mejorado.