miércoles, 6 de julio de 2016

La cauta Susana sobre la casta Simoneta

Estoy leyendo a Simone Weil y recordé que Susan Sontag escribió un ensayo sobre ella. Encuentro en internet una versión del texto recogido en su clásico Contra la interpretación.

No sin complicidad, Sontag señalaba el culto contemporáneo al extremismo cultural. Estamos a comienzos de los años sesenta. El arte y el pensamiento modernos -reflexionaba la ensayista neoyorquina- se habían vuelto alérgicos a la sensatez y su lenguaje impersonal. Lo personal -hasta la desfiguración y el autismo- era una nueva forma de veracidad. 

Nuestra época, venía a decir Sontag, busca conscientemente la salud, pero solo cree en la realidad de la patología. Los locos, los enfermos, los endemoniados y los parias son los apóstoles y hasta los mártires de esas nuevas revelaciones. La verdad es una diosa despiadada. 

El interés y la admiración por Simone Weil, para Sontag, estaban vinculados a ese fenómeno devocional, heredero evidente del romanticismo. Se leía a Weil como los creyentes veneran a sus santos. Como seres de otro tiempo y otro planeta. 

Si Weil era o había querido ser una santa de su tiempo, también podía decir frivolidades lamentables. Sontag se alarmaba ante su negación absoluta de cualquier noción de progreso y se irritaba ante sus tajantes analogías históricas (el imperio romano y el Estado monárquico francés no habían sido lo mismo que el nazismo). Tampoco parecía conmoverla sus fantasías de Juana de Arco en el exilio. Más que como a una santa, Sontag la miraba como una loca tal vez visionaria (la misma Weil, no sin cierta vanidad, tal vez habría estado de acuerdo).

Hay mucho en Simone Weil que Sontag pasa por alto. Un aspecto en especial me parece decisivo. No me refiero solo a sus ideas estéticas, tan fulgurantes. Era la poesía, Susan.    

Sobre todo en sus cuadernos, pero también en algunos de sus ensayos, la escritura de Simone Weil es un austero juego de analogías. Su apuesta no es por la imaginación, que le parecía una forma degradada de creación, sino por la atención. El mundo, no la mente, es la prueba.

Tan apasionada por la cultura provenzal como por el helenismo cristiano, Simone Weil en su pensamiento conjugó poesía y teología. Es difícil, por momentos, deslindarlas. Muchos de sus aforismos podrían leerse como una vasta, metafísica reflexión amorosa. El Dios cristiano fue su pasión, una pasión (es bueno decirlo) más bien lujuriosa. Hay castidades lascivas, se sabe. 

El objeto amoroso como cifra secreta del propio desamparo y del propio ardor. También como imagen apetecible del mundo. 

No lo vio, me parece, Sontag.