Cerró mi
café preferido de São Paulo, el Fran's Café de Aclimação.
Era un lugar con mucha luz y de sofás espaciosos, a veces quieto,
aunque a menudo aparecían grupos de asiáticos, adolescentes en su
mayoría. Quedaba en una calle más o menos próxima a casa, aunque lo suficiente distante como para sentir que había que hacer una
pequeña peregrinación. En esas caminatas fui descubriendo calles,
casas, rincones, atajos. Casi siempre llevaba un libro y un cuaderno,
aunque uno de los pretextos para ir era el periódico disponible. No es frecuente en los cafés de São
Paulo ofrecer periódicos y revistas a los visitantes. Tal vez porque
el cliente ideal de la mayoría es alguien con mucha
prisa, un cliente para quien la principal noticia (imagino) es la hora del reloj.
No había reloj en el Fran's. Al menos, no lo recuerdo. Eso
significa que podía pasar largos ratos con un café carioca o un
suco de laranja, leyendo,
escribiendo o escuchando conversaciones indescifrables (el idioma
oficial del lugar, me parece, era el coreano). No siempre incomprensibles, es
verdad. Una vez escuché, sin querer, una
discusión teológica entre muchachas. Hablaban en portugués. Una de ellas insistía en la
necesidad, incluso estratégica, de creer en Dios. Las otras chicas bajaban el tono o daban rodeos más fútiles, pero
la teóloga del Fran's no daba tregua. Hay que creer, no se debe no
creer, Dios necesita de un gesto de confianza. Yo las veía de vez en
cuando y pensaba en Nabokov.
Hay
pocos cafés con periódicos en São Paulo, sí, y tal vez debería
decir que hay pocos cafés en São Paulo, considerada su descomunal extensión. Hay,
sí, bares, muchos bares, botecos
de esquina, no especialmente hospitalarios para lectores (ya los
visionarios se acomodan más a los cambios de ambiente). Hay algunos que me gustan, y el boteco es una de las instituciones más
inspiradas de la cultura brasileña, pero hay cosas en ellos que no
se pueden hacer ni quizá decir. Para eso están los cafés, incluso ruidosos, abarrotados. Para eso iba al Fran's.
Algo
más, para hacer definitiva mi saudade: no tenía -alabados sean
los dioses, incluidos los coreanos- televisor. Eso, en esta y otras
tierras, es elegancia.