viernes, 10 de junio de 2016

Sobre el cierre de un café

Cerró mi café preferido de São Paulo, el Fran's Café de Aclimação. Era un lugar con mucha luz y de sofás espaciosos, a veces quieto, aunque a menudo aparecían grupos de asiáticos, adolescentes en su mayoría. Quedaba en una calle más o menos próxima a casa, aunque lo suficiente distante como para sentir que había que hacer una pequeña peregrinación. En esas caminatas fui descubriendo calles, casas, rincones, atajos. Casi siempre llevaba un libro y un cuaderno, aunque uno de los pretextos para ir era el periódico disponible. No es frecuente en los cafés de São Paulo ofrecer periódicos y revistas a los visitantes. Tal vez porque el cliente ideal de la mayoría es alguien con mucha prisa, un cliente para quien la principal noticia (imagino) es la hora del reloj. No había reloj en el Fran's. Al menos, no lo recuerdo. Eso significa que podía pasar largos ratos con un café carioca o un suco de laranja, leyendo, escribiendo o escuchando conversaciones indescifrables (el idioma oficial del lugar, me parece, era el coreano). No siempre incomprensibles, es verdad. Una vez escuché, sin querer, una discusión teológica entre muchachas. Hablaban en portugués. Una de ellas insistía en la necesidad, incluso estratégica, de creer en Dios. Las otras chicas bajaban el tono o daban rodeos más fútiles, pero la teóloga del Fran's no daba tregua. Hay que creer, no se debe no creer, Dios necesita de un gesto de confianza. Yo las veía de vez en cuando y pensaba en Nabokov. 

Hay pocos cafés con periódicos en São Paulo, sí, y tal vez debería decir que hay pocos cafés en São Paulo, considerada su descomunal extensión. Hay, sí, bares, muchos bares, botecos de esquina, no especialmente hospitalarios para lectores (ya los visionarios se acomodan más a los cambios de ambiente). Hay algunos que me gustan, y el boteco es una de las instituciones más inspiradas de la cultura brasileña, pero hay cosas en ellos que no se pueden hacer ni quizá decir. Para eso están los cafés, incluso ruidosos, abarrotados. Para eso iba al Fran's.

Algo más, para hacer definitiva mi saudade: no tenía -alabados sean los dioses, incluidos los coreanos- televisor. Eso, en esta y otras tierras, es elegancia.