Como una continuación de los ensayos de Octavio Armand, en especial sus deslumbrantes textos sobre pintura, me puse a leer y releer un libro de
Roberto Calasso que tenía tiempo en espera. Es el único suyo
exclusivamente sobre un pintor: Tiepolo, "el último soplo de
felicidad en Europa". Es también un ensayo sobre Venecia, sobre los enigmáticos orientales tan presentes en la obra tiepolesca, sobre la historia de la teúrgia, sobre Hades y Perséfone, sobre la
mirada como vía privilegiada del conocimiento, sobre el fin del
Renacimiento europeo, y contra algunos críticos de arte. Es decir, con permiso de Italo Calvino, El rosa Tiepolo tiene dos argumentos: uno es sobre el pintor veneciano; el otro es todo lo demás.
No pocas de estas
páginas hacen juego con las de Armand sobre Van Gogh o sobre las
pinturas paleolíticas. Tienen en común una concepción -digamos- mítica del arte y también quizá de la historia. Ambos son
antimodernos, o modernos problemáticos, baudelairianos. No
buscan desacralizar o teorizar la desacralización del arte sino
descifrar la huella de una sacralidad a veces ambigua, lacerante,
endemoniada. No hay progreso estético: solo metamorfosis y parodias,
también farsa. Ambos son desentrañadores de textos y quizá
también entrañadores. Los dos apuntan una y otra vez al tema del
sacrificio.
Escriben desde lugares
diferentes, sin duda. En la obra de Calasso e incluso en el
catálogo de su editorial, América Latina es un continente poco
visible. Para Armand, Europa es una fuente pero también un contraste
con el mundo americano. Todo en el autor de Las bodas de Cadmo y Harmonía tiene una deriva filosófica
y una tensión novelesca; en Armand, la poesía es el tejido del
pensamiento y la tensión reflexiva está constantemente disuelta por el humor.
¿De quién es esta
frase: "puesto que lo real mismo no es sino la primera entre las
creencias"? ¿De quién, ésta otra: "Nuestros dioses
mueren, nuestras verdades también"?
Alguien debería presentarlos.
Alguien debería presentarlos.