miércoles, 15 de febrero de 2017

De anatomistas y arqueólogos

El cuerpo es el centro de las analogías en Armand. Hay un vínculo entre Realdo Colombo y Cristóbal Colón, entre Harvey y Shakespeare, entre Vesalio y Descartes, entre Servet y Cervantes. Todo en ellos -hasta el alma- se corporeiza, por no decir visceraliza. Es una herencia viva en Armand. 

Antes que los poetas, novelistas, pintores y filósofos, el cuerpo fue descubierto -quizá incluso inventado- por los anatomistas. La anatomía europea era a la vez arte y ciencia: había teatros de anatomía y también retratistas minuciosos de sus protagonistas. Casi todos, necesariamente, kaput. Un ejemplo seminal de esa fusión del pincel con el bisturí es Leonardo. En la Monalisa, según Vasari, las venas parecen latir. Pero lo que en Europa fue un espectáculo del conocimiento y un como translúcido latido, en América muchas veces se manifestó como carnicería y ladrido. ¿No era la anatomía por otros medios? Ahora ligada, no con el arte y la medicina, sino con el poder. 

En uno y otro caso, en la mesa de disección o en las tierras conquistadas, los cuerpos eran más útiles inmóviles.

Una nueva relación con el cuerpo, con la geografía, con el poder, con la psique: el siglo XVI es una carabela viajando en muchas direcciones. Estética, medicina y política han tenido desde entonces un tema en común. No tanto el cuerpo como una muestra de la presencia sino como un continente de patologías. Ya no hubo -al menos para los observadores a cargo- enfermedades sagradas.

Con el tiempo -y es algo que para Armand parece comenzar con el desciframiento de los jeroglíficos egipcios por el napoleónico Champollion- el lenguaje también sería diseccionado como un cadáver. El horror ante el sacrilegio se repetiría: si las lenguas muertas eran descifrables, ¿por qué no analizar el lenguaje como si fuese un difunto? La mesa del analista es siempre una mesa de disección.

No sin sorprendentes encuentros. Sobre la mesa o debajo de ella, el poeta prestidigita. Incluso, ay, decapitado. Escribe Armand, en lo que es quizá una especie de confesión postmortem: "El lenguaje de nuestros días nace de la necesaria aunque contradictoria convergencia de juego y análisis. Por una parte Tzara, Breton, Apollinaire, y por otra Saussure, Freud y Wittgenstein. Que las autopsias verbales practicadas en la actualidad, como la lección de anatomía pintada por Rembrandt, hayan sido convertidas en novelas o poemas es un indicio de que no implican la muerte del lenguaje. Se trata más bien de iluminar sus profundidades: lo que buscamos en los cadáveres es la vida".

¿No es significativo que la otra disciplina decisiva en la obra de Armand sea la arqueología? En las ruinas, lo que el arqueólogo procura es iluminar las profundidades. Ya no del cuerpo o del lenguaje sino del tiempo, ese jeroglífico.

La arqueología, para Armand, es la infancia recuperada.