La anomia estalinista
Fui
a París en 1946 ó 1947, y conocí allí a un pensador muy
interesante, Alexandre Kojève. Es uno de los hombres más
divertidos e inteligentes que he conocido. Se había vuelto un
importante consejero financiero francés. Hablamos de Stalin.
Recuerdo haberle dicho: “Qué pena que sabemos tan poco sobre los
sofistas. La mayor parte de lo que sabemos de ellos viene de sus
oponentes: Platón y Aristóteles. Es como si lo único que
supiéramos de las opiniones de Bertrand Russell fuese lo que nos llega a través de los
libros de texto soviéticos”.
“¡Oh
no! Si lo único que supiéramos de las opiniones de Bertrand Russell fuesen lo que nos llega a través de los libros de texto soviéticos, podríamos considerarlo un filósofo serio”. Hablamos sobre Hobbes
y el Estado soviético. “No -dijo-, no es un Estado hobbesiano”.
Continuó diciendo que una vez que uno se daba cuenta de que Rusia es
un país de campesinos ignorantes y trabajadores pobres, uno ve que es muy difícil de gobernar. Dijo que era espantosamente
atrasado; atrasado en 1917, no solo en el siglo XVIII. Cualquiera que
quisiera hacer algo con Rusia tenía que sacudirla violentamente. En
una sociedad en la que hay reglas muy severas -no importa cuán
absurdas-, por ejemplo, una ley que afirma que todo el mundo tiene
que pararse de cabeza a las tres y media de la mañana, todo el mundo lo
aceptaría para salvar su vida. Pero eso no bastaba para
Stalin. Eso no sería suficiente para cambiar las cosas, Stalin tenía
que aplastar a sus súbditos hasta convertirlos en masa, para luego moldearla a su antojo; no debía haber
ningún hábito, ninguna regla en la que la gente pudiera confiar: de
otra forma las cosas seguirían imposibles de controlar. Pero si acusas a la gente de no cumplir leyes que no incumplieron, de
crímenes que no cometieron, de actos que ni siquiera podían entender...eso los reduciría a papilla. Entonces nadie sabría dónde
estaba, nadie estaba nunca seguro, puesto que por cualquier cosa que
hicieras, o no hicieras, podías ser destruido. Eso crea una real
'anomia'. Una vez en posesión de ese tipo de gelatina puedes darle nueva forma de un momento a otro. La meta era no dejar nada establecido.
Kojève era un pensador ingenioso e imaginaba que Stalin también lo
era. Hobbes concibió una ley según la que, si obedecías, podías
sobrevivir. Stalin creó leyes por las que serías castigado por obedecerlas o no obedecerlas, caprichosamente. No había nada que pudieras hacer para
salvarte.
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Ramin
Jahanbegloo: Conversations
with Isaiah Berlin
(1991). Mi traducción.